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Sexismo Ambivalente

En la conceptualización del sexismo moderno recogida de los planteamientos hechos por Swin et al. (1995) y del Neosexismo de Tougas et al. (1995) se prima la dimensión social y con ello la consideración de los sexos como grupos homogéneos en conflicto. Esto supone asumir que la superación del sexismo vendrá dada por la superación de la asimetría social entre los sexos, es decir la igualdad objetivada en el ámbito público que supone superar las barreras que frenan el avance de la mujer. Estos presupuestos se desarrollan, como hemos visto, en sintonía con la forma de abordar las desigualdades provocadas por otros elementos de diferenciación como es la raza.  

Sin embargo a diferencia de las categorizaciones hechas en función de la raza, etnia o cultura entre los que se puede asumir una clara independencia entre los miembros de los distintos colectivos, las relaciones entre sexos se encuentran necesariamente influidas también por relaciones de dependencia. Precisamente la compleja constelación de relaciones de dependencia e independencia hace de las relaciones entre sexos una realidad idiosincrática y singular con elementos no compatibles con los presentes en el resto de las relaciones intergrupales. Por tanto para maximizar la comprensión del sexismo moderno ha de reconocerse esta singularidad relacional entre los sexos. Esto supone reconocer que las actitudes hacia los sexos serán el resultado de estas fuerzas divergentes de independencia y autonomía en el contexto social con las fuerzas convergentes de dependencia y heteronomía en el ámbito relacional. Este reconocimiento ha propiciado el desarrollo de una nueva visión sobre el sexismo moderno.

La teoría del sexismo ambivalente de Glick y Fiske (1996) es la primera que reconoce la necesidad de ubicar en la comprensión del nuevo sexismo la dimensión relacional. Sexismo que se estructura a través de la presencia de dos elementos con cargas afectivas antagónicas: positivas y negativas (Glick y Fiske, 1996; 2000; 2001). Danto lugar a dos tipos de sexismo vinculados: sexismo hostil y sexismo benevolente.

El sexismo hostil (SH) sería el elemento que caracteriza a las mujeres como un grupo subordinado y legitima el control social que ejercen los hombres  mediante actitudes tradicionales y prejuiciosas articuladas en torno a las siguientes ideas:

• un paternalismo dominador, entendiendo que las mujeres son más débiles e inferiores a los hombres, lo que legitima la figura dominante masculina.
• la diferenciación de género competitiva, o sea, considerar que las mujeres son diferentes a los varones y que no poseen las características necesarias para triunfar en el ámbito público, por lo que deben permanecer en el ámbito privado (para el que sí están preparadas).
• la hostilidad heterosexual, es decir, considerar que las mujeres tienen un "poder sexual" que las hace peligrosas y manipuladoras para los hombres.

Actualmente este tipo de sexismo está socialmente condenado, por lo que no es políticamente correcto expresar estas actitudes abiertamente. Sin embargo, el sexismo benévolo (SB) es mucho más sutil, y se define como el conjunto de actitudes interrelacionadas hacia las mujeres, que son sexistas en cuanto que las consideran de forma estereotipada y limitadas a ciertos roles, aunque pueden tener un tono afectivo, así como suscitar comportamientos típicamente categorizados como pro-sociales o de búsqueda de intimidad (Glick y Fiske, 1996, p. 491). Los componentes básicos del sexismo benévolo son:

• el paternalismo protector.
• la diferenciación de género complementaria, es decir, considerar que las mujeres tienen por naturaleza muchas características positivas que complementan características que tienen los varones.
• la intimidad heterosexual, o sea, considerar la dependencia diádica de los hombres respecto a las mujeres (dependen de ellas para criar a sus hijos/as, así como para satisfacer sus necesidades sexuales y reproductivas).

Este tipo de sexismo es peligroso en tanto que es sutil, pues si bien los sexistas hostiles son fácilmente identificables, los benévolos no lo son tanto, y nunca se reconocerán a sí mismos como sexistas, por lo que se podría estar legitimando el sexismo.

La dimensión más hostil del sexismo benévolo, comparte con el sexismo tradicional su tono afectivo negativo. Por su parte la dimensión más benevolente, que despliega un tono afectivo positivo, que no es en realidad algo nuevo, de hecho este se refleja en la ética de las religiones cristianas, de tan larga tradición en los países más occidentales. En éstas se transmite la visión de las mujeres como débiles criaturas que han de ser protegidas y al mismo tiempo colocadas en un pedestal en el que se adoran sus roles naturales de madre y esposa, de los que no debe extralimitarse. En un reciente estudio  se comprobó como las personas más religiosas son precisamente las que se adscriben a actitudes más benevolentes (Glick, Lameiras y Rodríguez, en prensa). Pero sigue siendo sexismo, a pesar de los sentimientos positivos que pueda tener el perceptor, porque descansa en la dominación tradicional del varón y tiene aspectos comunes con el sexismo hostil: las mujeres están mejor en ciertos roles y espacios y son más débiles. De hecho, el SB puede ser incluso más perjudicial que el hostil, pues puede utilizarse para compensar o legitimar el SH y, dado que el sexista hostil no suele considerarse a sí mismo sexista, la intervención en contra de esta forma de sexismo puede presentar dificultades añadidas (Glick y Fiske, 1996).

El sexismo hostil y el benévolo son una potente combinación que promueve la subordinación de las mujeres, actuando como un sistema articulado de recompensas y de castigos para que las mujeres sepan "cuál es su sitio". La hostilidad sola crearía resentimiento y rebelión por parte de las mujeres. Es obvio que los hombres no desean ganarse la antipatía de las mujeres, dado que dependen de ellas. El sexismo benévolo debilita la resistencia de las mujeres ante el patriarcado, ofreciéndoles las recompensas de protección, idealización y afecto para aquellas mujeres que acepten sus roles tradicionales y satisfagan las necesidades de los hombres. En definitiva, los dos tipos de sexismo han de estar positivamente correlacionados, tal y como la evidencia empírica ha puesto de manifiesto (Expósito, Moya y Glick, 1998; Glick y Fiske, 1996; Glick y Fiske, 2001).

Ambos hunden sus raíces en las condiciones biológicas y sociales comunes a todos los grupos humanos donde, por una parte, los hombres poseen el control estructural de las instituciones económicas, legales y políticas pero, por otra parte, la reproducción sexual proporciona a las mujeres poder diádico (esto es, el poder que procede de la dependencia en las relaciones entre dos personas), en cuanto que los hombres dependen de las mujeres para criar a sus hijos y, generalmente, para la satisfacción de sus necesidades afectivo-sexuales. El poder diádico de la mujer se refleja en casi todas las sociedades en ciertas formas de ideología: actitudes protectoras hacia las mujeres, reverencia por su rol como esposas y madres y una idealización de las mujeres como objetos amorosos. La dominación de los hombres favorece el SH, dado que los grupos dominantes inevitablemente promueven estereotipos sobre su propia superioridad. Pero la dependencia de los hombres favorece el SB: esta dependencia les lleva a reconocer que las mujeres son un recurso valioso que hay que proteger y que hay que ofrecer afecto a aquellas mujeres que satisfacen sus necesidades (Moya, Páez, Glick, Fernández Sedano, Poeschl, 2001).

Por tanto lo realmente novedoso de la teoría propuesta por Glick y Kiske (1996, 2001) es la combinación indisociable de las formas hostiles y benevolentes de las actitudes hacia las mujeres que representarían las formas de sexismo más modernas y que conforman el sexismo ambivalente. Que brota del reconocimiento de la dimensión relacional-dependiente entre los sexos como eje articulador.

Para desarrollar Glick y Fiske (1996, 2001) esta teoría del sexismo ambivalente recurren a la posición teórica de la ambivalencia propuesta por Katz (1981) y Katz y Hass (1988). La ambivalencia en términos generales se define como el resultado de albergar valores que son contradictorios o bien conflictivos entre sí. Estos autores afirman que esto es lo que les sucede a muchas personas en Estados Unidos. Por una parte, valoran muy positivamente el igualitarismo como la base de los principios democráticos. Pero por otra parte, sobrevaloran el individualismo que constituye un reflejo de los principios de la ética protestante. Estos valores de igualitarismo e individualismo pueden entrar en conflicto, sobre todo a la hora de regular la expresión de los prejuicios raciales. Si estas personas se adhieren al igualitarismo, les llevaría a mostrar simpatía hacia los afroamericanos y además reconocerían públicamente que se les ha subordinado y humillado a lo largo de la historia. Pero la adhesión al individualismo les llevaría a la dirección contraria. Katz y Hass (1988) afirman que el choque entre los valores de igualitarismo e individualismo produce en una persona una dualidad actitudinal, que puede traducirse en actitudes positivas o en actitudes negativas. Además la ambivalencia actitudinal genera un malestar psicológico, ya que las personas buscan activamente la consistencia (Festinger, 1957).

Siguiendo esta línea argumentar Glick y Fiske (1996) parten de que la ambivalencia sexista se origina en la influencia simultánea de dos tipos de creencias sexistas porque son dos constructos subjetivamente vinculados a sentimientos opuestos hacia las mujeres. Aunque sin experimentar conflicto ya que según Glick et al. (1997) el sexismo ambivalente es capaz de reconciliar las creencias sexistas hostiles y las benevolentes sin sentimientos conflictivos y, esto lo sugiere la alta correlación entre sexismo hostil y benevolente (Glick y Fiske, 1996). La forma en que se evitan los conflictos entre actitudes positivas y negativas hacia las mujeres es clasificándolas en subgrupos. Uno de mujeres buenas y otro de mujeres malas, en los que se incluyen aspectos positivos y negativos del sexismo ambivalente. Las primeras merecen un tratamiento hostil y las segundas merecen ser tratadas con benevolencia. Por tanto establecer subtipos polarizados de mujeres, unas colocadas en un pedestal y otras arrojadas a la cuneta (Travris y Wade, 1984) se convierte en fructífera estrategia para evitar los sentimientos conflictivos. Utilizar categorías automáticas, basadas en pistas como la apariencia física o los roles sociales, guía las reacciones ante cada mujer. Por tanto en vez de experimentar tensión emocional, vulnerabilidad y conflicto, se clasifica a cada mujer en función de los estereotipos que cree que la definen y se actúa en consecuencia.

De hecho Glick y Fiske (1997) comprueban que los hombres establecen tres tipos de grupos de mujeres: las tradicionales, las no tradicionales y las sexys. Las mujeres que representan el rol de amas de casa, las mujeres profesionales que se desarrollan también en el espacio público, no exclusivamente el privado y finalmente las sexys. Los hombres sexistas temen al grupo de mujeres no tradicionales porque retan su poder; así como a las mujeres denominadas sexys, porque temen que ellas con su poder de seducción junto con el interés de los hombres por el sexo, les arrebaten también su poder. Estas mujeres son definidas como peligrosas, tentadoras y sensuales, y los hombres sexistas suelen mantener actitudes hostiles hacia ellas.

Todo ello nos lleva a establecer que con el sexismo ambivalente,  los hombres pueden mantener una consistencia actitudinal que implica despreciar a algunas mujeres y amar a otras. El sexismo hostil se aplica como un castigo a las mujeres no tradicionales como mujeres profesionales y feministas porque estas mujeres cambian los roles de género tradicionales y las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Mientras que el sexismo benevolente es una recompensa a las mujeres que cumplen los roles tradicionales porque estas mujeres aceptan la supremacía masculina. Por consiguiente el sexismo hostil y el sexismo benevolente actúan como un sistema articulado de recompensas y castigos con la finalidad de que las mujeres sepan cual es su posición en la sociedad (Rudman y Glick, 2001).

Esto ha llevado a Glick y Fiske (1996, 2001) a preguntarse si el sexismo hostil se dirige hacia un grupo determinado de mujeres y el sexismo benevolente hacia otro grupo. Estos autores razonan esta afirmación planteando que es posible que a nivel ideológico pueda resultar fácil a los hombres categorizar a las mujeres en subgrupos, favorables o desfavorables, pero cuando se valora a mujeres concretas esto es más complicado, especialmente cuando existe una vinculación afectiva con ella. Evidenciando que el sexismo hostil y sexismo benevolente conviven, por ejemplo en las actitudes hacia una hermana que se ha convertido en feminista o una pareja a la que inicialmente recompensa con el sexismo benevolente y finalmente castiga con el hostil si ésta lo rechaza (Glick y Fiske, 2001).

 

Sexismo Ambivalente

Fundamentos del Sexismo ambivalente

La dimensión “real” del sexismo ambivalente

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